Horas en la selva.
Parte IV
Un largo hacinamiento de cenizas
cubre el cielo oriental; es como una
capa de plomo: ráfagas rojizas
bórranse en el azul. Viene la luna.
El blancor sonrosado de sus huellas
préndese a los picachos de las cumbres
y hay una vasta floración de estrellas
naufragando en los oros de sus lumbres.
Muy arriba, en el monte, ladra un perro;
retumba el mar abajo, muy abajo,
mientras la luna en célico derroche
alza su corvo alfanje sobre un cerro
y cortar al asomar, de un solo tajo,
la cetrina melena de la noche.
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