Este fragmento es tomado del inicio de la segunda parte de La Vorágine.
_¡ Oh selva, esposa del silencio, madre de la soledad y de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisionero en tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes, como inmensa bóveda, siempre está sobre mi cabeza entre mi aspiración y el cielo claro, que soló entreveo cuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a la hora de tus crepúsculos angustiosos.