domingo, 18 de septiembre de 2022

Ecos de 1943, para Érica con cariño.

 Internado San José de la montaña

La Cumbre, Valle.

Mi madre, nace el 20 de septiembre de 1936 en Santiago de Cali y queda huérfana en 1943 a la edad de siete años, porque mi abuela necesitaba urgente penicilina y ésta no llegaba a Colombia, casi toda se iba para la guerra; por encargo y moviendo cielo y tierra, el antibiotico llegó tres días tarde, ya mi abuela había partido.

Lucy con siete años de edad, pasó de casa en casa dentro de la familia hasta que alguien recomendó el internado de La Cumbre, administrado por monjas que le brindaron un lugar tranquilo y con mucho amor. Siempre he conversado mucho con mi madre y es recurrente el recuerdo feliz de aquella época en el internado, donde prácticamente las terminaban de educar, a la luz de las buenas costumbres y el amor en Dios. Hoy a sus casi 86 años, mi madre se acuerda de Érica, la monja profesora que fue la que le brindó un ambiente casi familiar; la recuerda con su manita envuelta en una almohadilla borrando el tablero, explicándoles, y ellas riéndose de verla borrar con su almohadilla que disimulaba un defecto en la mano; ella también se reía. Igualmente, se acuerda el verla mirar hacia la carrilera, esperando el paso de los trenes y verla suspirar con nostalgia, sobre todo en los atardeceres cuando ya terminaban las clases.

Hoy después de casi 79 años, Érica, te quiero dar las gracias por lo que hiciste por ella, trataré  de viajar en el tiempo para revivirte por unos segundos. 

A Érica.

Una de ellas es Érica, no sé cuál.

Un melancólico pito batalla en la distancia, tratando de vencer la escarpada y nebulosa montaña, poco a poco se hace más fuerte el metálico bramido que acompañado de interminables fogonazos, va bordando lentamente el ascenso a la estación de La Cumbre, dejando en esta noche sin luna, fantasmales borbotones de humo que son delatados por el tizne que lo inunda todo con su característico olor a carbón mineral quemado. La madre Érica con la almohadilla en su manita más pequeña, le da la espalda al grupo de niñas y limpia el vidrio empañado, lo hace casi todas las noches, tal vez, pensando en su patria; ve cuando la luz de la locomotora a vapor asoma en una curva y se pierde nuevamente en el zigzageo de la vía, se queda esperándola hasta que aparece nuevamente, mientras sus pensamientos la transportan a su natal Alemania, y piensa una y otra vez que algún día podrá retornar a su patria, cuando no soplen más los vientos de guerra.


 Imagen tomada de internet; Patrimonio filmico del Valle del Cauca.

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